Como diría un trovador muy conocido:
corazón, corazón oscuro, corazón, corazón con muros… Nada más adecuado que esta
frase para empezar a recordar.
Simplemente eso, recordar, como dicen
aquellas voces avejentadas, que un día cualquiera se nos vienen a la mente para
solo mostrarnos una pequeña pincelada en medio del camino.
Al lado de aquella agua una vez
turbia, se decoloran las razones por querer propio, ninguna por alguna
obligación, tan solo se convierten en algo menos que nada en medio de un simple y mundano
recuerdo de inexperiencia.
Puede y que ella haya
olvidado hasta su nombre, pero le gustaba recoger de vez en cuando alguna hoja
suelta de su libro de indecisiones, porque aunque no lo supiera con certeza, sabía que todos cargábamos con un libro de esos bajo el brazo.
Recorrer sus tachadas hojas era
algo único, mágico, aquel olor a hoja vieja, desgastada, le dejaba un
indescriptible sabor a recuerdos, a pasado, a lo que era hoy gracias a ello.
Le reconfortaba verse en el
reflejo del agua, con su melena más larga que nunca, quien se ondeaba frente a ella, era
simplemente feliz, aquello la hizo feliz, no podía borrar sus imágenes, todo aquello le había llevado
a lo que era ahora. Sintió un escalofrío que le bajaba por la espalda.
Le gustaba confundirse en el
bosque, jugar con su pasión, con su agonía, con sus sentidos, aquella sensación a
libertad siempre estuvo ahí, sin importar sus decisiones. Era tan libre como su
todo, amaba frenéticamente y deambulaba por su querido silencio, no necesitaba
nada más.
Su muelle yacía inmune y aquel
olor a mar era su mayor característica, cerro sus ojos y volvió a pensar en él…
sonrió .