
De vuelta a su mar, a aquel horizonte sin fin del cual se había enamorado sin notarlo, tan solo le bastaba con ver su larga cabellera enmarañada con el viento.
Él la miraba constantemente a escondidas, como si fuese cómplice del cielo que la rodeaba, podía acariciarle cuando quisiese, pero la idea de lienzo que había dibujado en mente era inmejorable ante aquel amanecer absurdo.
Su vestido bailaba con las olas, su piel de arena pertenecía al sol, sus labios de sal lo ahogaban con cada beso, ella era tan solo eso su mar… se desbocaba con cada sonrisa, amaba recorrer su piel, su olor era a mar en tempestad, vio su futuro, solía hacerlo en silencio para no llamar su atención, le gustaba aquel lugar.
Decidió no acercarse ni un paso más a aquella silueta resplandeciente que giraba abatida de felicidad, le cautivaba verla desde su mundo, ella era su mundo, no necesitaba explicarle al viento cuanto le pertenecía, porque ella era libre e igual decidió estar ahí con él, con su mar.