
Mar, su nombre es Mar, así solía llamarle, lo intento pero jamás consiguió atarle, podía tumbarse horas sobre su cuerpo bronceado, jugaba a robarse su aliento y optaba por quedarse con el recuerdo de su larga cabellera oscura, en verdad no tenia otro nombre más para ella, su olor era todo en lo que podía pensar… le amaba.
Ondeaba su vestido gracias al viento, era perfecta, era el océano, era su adicción, se iba escapada frente a sus ojos y volvía sin remordimientos a sus manos, bendita boca de nácar, no había comparación. Le escuchaba llegar, era un suplicio no imaginarle entrar a su vida, más sabía de sobra que nunca sería suya, igual le perdonaba antes de que lo abandonase nuevamente, era parte de su naturaleza, de su esencia.
Midió sus dedos, eran largos, estilizados, siempre bajaban por su espalda acariciando su piel, aquella con la que jugaba sin medida, la que solía oler a mar en calma por días, para luego desbocarse, desvanecerse como siempre… ella era su Mar, su dama, su maldición, se retorcía en la arena y reclamaba a la Luna, su única solución. Juraba no volver a extrañarle e intentaba desangrarse cuando su presencia regresaba, no podía abandonarle, más ella siempre le dejaba, era su manera de comprometerse, era lo único que podía ofrecerle, ella era como el mar, con aguas tricolores, profundas, turbias, sin predicciones establecidas y con posibles cambios de pensar, ella fue solo eso, su vida naufraga, su Mar…