Miro sus manos entumecidas y en ese instante se percato que tenía más de 1 hora de estar conduciendo sin rumbo alguno por aquella carretera oscura, que solo le ofrecía una salida provisional a sus pensamientos.
Sus pómulos estaban empapados, al igual que el cuello de su blusa, su sollozo era inevitable, había comprendido que el color de su mirada se había ido con ese “te quiero” que le dejaba un amargo sabor en la boca. Él mato su inocencia, ya no le temblaba la mirada, todo su mar se oscureció e intento en un acto suicida inmolarse en el sol, por su puesto su plan falló.
Ya no poseía una religión, sabía que no creía en eso de “tú” obligación y dejo de sentir miedo en lastimarlo, igual él lo hacia sin protestas, estaba rota…
Abrió la ventana de su auto, respiro y noto que el aire era demasiado frío para poder quererle, ya había tocado fondo y en ese momento volvió a pensarle, como si hubiera un lugar en donde hacerse fuerte, como si hubiera un destino, como si de verdad él alguna vez la hubiese querido.
Debía sobrevivir, discernía en que ambos eran cómplices del mismo luto, detuvo su vehículo, miro una vez más por el retrovisor y dio vuelta, no había sitio para la cobardía, él fue uno de sus más oscuros pecados y debía pedirle cuentas del porque de su fracaso, del porque le mentía a diario.
Un trayecto bien narrado; "las manos entumecidas"," la ventana del auto... el aire demasiado frío"... una huida hacia la autodestrucción y a ningún lugar, y un regreso a la razón, para hacerse fuerte. ¡Me gusta!
ResponderEliminarSaludos
Puede y que tengas razón Antonio, me encanta el camino de regreso en donde se intenta ser más fuerte, un beso!!!
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